MARCOS R. BARNATAN
«PATRICIA H. AZCARATE»./Pinturas. GALERIA: Bárcena & Cía. (Fernando VI, 13).
Desafiar al vacío
La compulsiva afirmación de Patricia Azcárate
No hace mucho tiempo leí en su reciente Diccionario de artes, que mi amigo el poeta Félix de Azúa sigue sucribiendo la desolada respuesta a mi teoría expuesta hace un siglo por otro poeta, Baudelaire, acerca del crítico como constructor del puro presente, habitante de la instantaneidad más completa, algo así como el urgido rellenador del vacío.
El crítico en general, y el crítico en particular, se distinguirían de la figura del sabio o del profesor, sobre todo porque a diferencia del sabio que lo sabe todo y del profesor que sabe sólo algo, el crítico no sabría absolutamente nada, pero estaría informado. Con una vasta ignorancia, al decir de Borges, y una suculenta información, el crítico sería así el curioso sustentador y el mantenedor de la nada, fabricante de naderías en una sociedad ansiosa por deglutirlas.
Pero construir la nada no parece ser una exclusividad del crítico, la hercúlea tarea la comparte también con los artistas que se ven entregados a desafiar cada día a la nada, y en el borde del abismo construir el instante con inequívoca vocación de eternidad.
Las emocionantes pinturas de esta segunda individual de Patricia Azcárate también nos hablan de esa tiránica empresa de rellenar el vacío, de despejar la absurda y cotidiana incognita de un nuevo día que está diseñado para nacer y morir pero que es una página en blanco, un espacio en el que nuestras miserables letras de ADAN tienen que llenar con su subrayado negro, con su entintado color, el vértigo blanco, el abismal vértigo blanco de NADA.
Patricia Azcárate le pone color, le pone luz, le pone insinuada poesía a la ubicua nada, los críticos solo podemos ponerle letra menuda, apresurada, urgente, intentar hacerla pedazos por un instante, crear la ficción de permanencia en medio de la vorágine.
Pero la pintura es por sí misma, como el verbo, por eso nuestra artista la usa con evidente pasión, incluso con cierta desesperación, con ansiedad, para emborronar compulsivamente el angustioso vacío. Hace menos de un año habíamos visto una colección muy coherente de sus pinturas, y ahora estamos ante una selección de la intensa producción que siguió a esa muestra. Su evolución está marcada por una mayor austeridad en el color, por ese sutil lavado del color, por un adelgazamiento de la materia que concede a su pintura una desbordada elegancia y unas gratas transparencias. Ojalá todos los intentos de vencer la nada sean así.