PATRICIA AZCARATE Y LOS CUATRO ELEMENTOS

Jesus Mazariegos

1. ANTES DE AHORA

Voy a ver a Patricia. He cogido la carretera de Torrecaballeros desde la circunvalación y he aparecido en su estudio. Está iluminado y se oye música a todo volu­ men. Sin decir nada he franqueado la puerta. Patricia esta pintando. Acaba de empe zar una sesión de trabajo sobre un cuadro. Mal momento el mío para llegar.

Tras el inevitable susto, sonríe, viene, nos abrazamos. Apenas hablamos. Hay que seguir trabajando, me dice. Yo pinto y tu escribes.

Me da un cuaderno y me acomodo sobre un sofá cubierto con una colcha. La observo en silencio. Patricia pinta con pintura negra sobre un cuadro amarillo.

Patricia esta en traje de faena. Lleva un pantalón estrecho que le llega por la pantorrilla, con un estampado aleatorio de manchas de óleo sobre un fondo oscuro. Un blusón gris parece como si quisiera ocultar su atractivo. Se sujeta el pelo con una cinta ancha y negra que lleva en la cabeza.

Siento que mi presencia la condiciona pero pienso que marcharme o simple mente levantarme, seria peor. Acabaría distrayéndola. Ella, con el rostro serio, sigue pintando. Pinta los cuadros en horizontal, colocados sobre dos borriquetas de hierro, al tiempo que ejecuta una singular danza en torno al cuadro. Cada uno de sus gestos se traduce en una mancha o en un grafismo. De pronto se abalanza sobre el cuadro y, de rodillas, escribe unas palabras con una punta de caucho sobre la pintu ­ra fresca. No alcanzo a ver lo que ha escrito y se que no es fácilmente legible, pero también se que dice cosas.

La gran brocha se desliza sobre la superficie del lienzo. Patricia pinta en un lienzo montado sobre madera y con una concienzuda imprimación. A ella no le gusta que el lienzo ceda, no soporta que esté blando.

Patricia es una mujer fuerte y valiente. He visto trabajar a varias pintoras, de forma accidental, pero, en estos momentos siento que estoy gozando de un especial privilegio. Soy testigo de una experiencia generalmente reservada a la soledad.

Ahora busca otros colores entre los botes de pigmento. Prepara un bermellón. Se ha quedado como una estatua antes de usar el nuevo color. Lleva así varios minutos. Mueve el cuello, como interrogando al cuadro. Espera con el bote de bermellón en una mano y la brocha en la otra. Ha salido de su postura estatuaria gracias al ritmo de la música que le hace moverse ligeramente. Se trata de una música de percusión norteafricana. Al cabo de un rato se ha sentado. Esta pensando. Creo que sufre. Ahora lleva el ritmo de la música con un solo pie. Todo esta parado.

Se levanta repentinamente y coloca otro cuadro junto al que esta pintando. Los dos forman un díptico. Los mira con detenimiento. Baila de forma muy contenida, sin moverse del sitio. Ha cogido de nuevo el bermellón pero se muestra dubitativa. Al cabo de un largo rato vuelve a dejarlo en el suelo. Prepara otro rojo mas anaranjado y lo derrama sobre uno de los bordes del cuadro. Por fin vuelve al bermellón y extiende una pequeña cantidad sobre otra zona del cuadro. Abandona el trabajo pero no esta completamente segura de dar la obra por terminada.

2. LOS CUATRO ELEMENTOS

Han pasado unos meses desde aquella tarde. Patricia Azcárate ha llenado su estudio de esponjas naturales. Me quedo sorprendido. No entiendo nada. Pero, cuando reparo en sus últimos cuadros, comprendo que las esponjas han salido de ellos. Me doy cuenta de que Patricia siempre quiere más, quiera llegar más allá. Patricia no tiene límites, quiere la luna, no puede con los límites. Ella no es muy grande pero todo le viene pequeño. Los cuadros son planos y solo tienen dos dimensiones. Es lo propio de la pintura. Pero ella piensa que son pocas dimensiones. Quiere al menos tres, que son las del espacio. El tiempo lo ponemos nosotros.

Los pintores trabajan sobre el piano. Por supuesto, las pintoras también y ella sigue trabajando sobre el plano. Su pintura, a pesar de ser abstracta, tiene mucho de autobiográfica. En ella hay historias de huellas, de pensamientos, de caminos y tramas, de hilos con recuerdos, de vacía, de nuevas huellas cada vez más desnudas e inmediatas. Últimamente ha abandonado las superficies esmaltadas o satinadas sustituyendo las por otras completamente mates, pues ahora disuelve los pigmentos en agua y cola, haciendo, por lo tanto, una pintura al temple. Este cambio responde a una necesidad de pureza, de autenticidad, de verdad, de higiene espiritual. Higiene del agua.

El estudio de Patricia es espacioso y esta rodeado de campo por todas partes. Ella ama los grandes espacios y el aire libre. Necesita respirar a pleno pulmón, nece sita aire.

Pero no cabe duda de que Patricia tiene los pies en el suelo. Pisa un territorio impuesto por la pintura porque lo ha dado todo por la pintura. Para ella, pues, es importante el territorio, el lugar. Es importante la tierra.

En su estudio de Tizneros hay un gran muro de leña cuidadosamente apilada que el invierno va quemando en un fuego de hogar que también hace posible la creación. Los troncos de encina hacen posible la vida, el pensamiento y la pintura. El calor hace habitable el invierno y el fuego todo lo ablanda y lo renueva.

Las esponjas estaban ya en esos cuadros, como aplastadas por un cristal. Ella no lo sabia pero un día empezó a sospecharlo mientras pintaba. Aquellas manchas que al principio no tenían unos limites precisos, al secarse tomaban una forma y un color definitivos. Se acordó de las esponjas. Ellas le sacarían de los bidimensionales límites de la planitud. Sintió que era ella quien tenía que hacer algo con las esponjas y también se sintió esponja, mojada, empapada de agua y de conocimiento. Sintió como si se fundieran los bordes y desaparecieran los límites entre ella y el cuadro. Entonces se sintió segura y alegre.

3. EL AIRE Y EL VACIO

El vacío es una obsesión instalada en el subconsciente de la Humanidad. No se soporta el vacío si no es desde el punto de vista místico v, en todo caso, para considerarse lleno del propio vacío. A lo largo de la Historia del arte se dan numerosos casos de horror vac ui que combaten ese miedo visceral rellenando de decoración todo el espacio disponible. Incluso la antigua Física tuvo que inventar la existencia del éter, como trasunto del vacío, puesto que no se explicaban fenómenos como la propagación de la luz en lugares sin aire.

Patricia ha sentido el vacío dentro de si y lo ha visto en el espacio real pero no se ha dedicado a disimularlo llenándolo de elementos diversos sino que se ha encargado de delimitarlo y ordenarlo, aceptando su existencia y respetándolo en grado sumo. Diríase que siente una cierta atracción por el vacío. El mobiliario de esta exposición constituye una afirmación explicita del vacío, una delimitación de pequeños espacios de vacío.

En los últimos tiempos Patricia Azcarate se ha convertido, no se si en una espe­cie de chamarilera incontrolada o en una ecologista modelo que recoge restos de muebles esparcidos por el campo, generalmente metálicos, por ser supervivientes del fuego. Estos restos de mobiliario, especialmente los somieres, forman parte de los cer ­cados de las fincas, formando vallas irregulares que son como alineaciones de extrañas estelas sin inscripción que descifrar ni persona que recordar. Combados y deformados por la acción del fuego, reducidos a su propio perímetro, la mirada de la artista les ha devuelto la dignidad al valorarlos como dibujos trazados en el espacio.

Otras veces se trata de estructuras de sillones que han perdido toda su tapicería, de sillas sin asientos ni respaldo o de simples fragmentos, lamas, flejes, pletinas o muelles que Patricia ve como columpios o como tallos v utiliza como soportes, como puntos de apoyo para sus esponjas.

Ella sabe que estos restos de muebles tienen detrás muchas historias que guardan en su invisible memoria. No son piezas únicas ni especiales ni reliquias singulares; fueron muebles del montón quizás prematuramente desechados por su escasa calidad, muebles anónimos de gente anónima que no han merecido ser conservados sino que se les ha condenado a la intemperie o al fuego, hasta quedar irreconocibles, aunque, a veces, conservan la forma esquemática de lo que fueron. En todo caso, han dejado de ser lo que eran y se han convertido en contenedores de vacío. Vacío físico v vacío de cosas que no han dejado recuerdo, que están borradas para siempre. Cuantos sueños, cuantos placeres, cuantos dolores, pesadillas, amores y desamores se tejieron y crecieron sostenidos por estos hierros inermes. Estos objetos son el poso de la memoria, pero de una memoria tan perdida que nadie podría ya reconocerse en ellos, ni siquiera sus antiguos dueños. Son objetos de hoy converti dos de repente en cosas de ayer, excedentes de la cultura material, basura urbana convertida en chatarra o en cerca, rescatada y redimida, elevada a la dignidad de ser objeto de la mirada.

Las esponjas son ligeras, no pesan lo suficiente como para tensar el hilo de acero del que cuelgan. El agua tensa las cuerdas y el peso de las lágrimas de vidrio aporta verticalidad y rectitud al acero hasta convertir la plomada en columna, en fuste virtual que, más que llenar el espacio vacío, acota su territorio poniéndole límites perfectamente salvables y creando un espacio a un tiempo habitable y franqueable. Es este un espacio con precedentes en las salas de columnas, en la sala hipóstila egipcia, en la apadana persa, en la mezquita islámica y, en última instancia, en el bosque, común a casi todas las culturas.

La metáfora del vacío se extiende a lo que de común tienen, en su naturaleza, las personas y las esponjas. Decía Engels que al nacer nuestro cerebro está vacío, que todo lo que tenemos dentro nos ha venido de fuera, lo hemos aprendido. Funcionamos como una esponja cuando absorbemos o asimilamos experiencias, cuando nos empapamos de conocimiento, cuando llenamos el vacío inicial del que partimos. Las esponjas -ahora comprendo que solo sean femeninas- son un cuerpo preparado para empapar, para recibir, para acoger y llenarse hasta la plenitud. Las esponjas absorben liquido hasta un punto máximo paroxístico que son incapaces de mantener durante más de un segundo, tras lo cual, se relajan y se abandonan, como si por un momento hubieran superado su capacidad de absorción, como pasa a las personas cuando se han llenado demasiado con el trabajo, con el amor, con el arte o con cualquier otra forma de alimento espiritual.

Las esponjas llenan el espacio vacío y llenan su propio vacío interior. Patricia acaricia una esponja recién teñida y, mediante pequeños movimientos, como si la acunase, le devuelve, emocionada, su corporeidad. Luego la cuelga de una pletina de hierro como quien pone a un niño pequeño en un columpio y siente una emoción infinita y repite varias veces: que bonita.

También ha colgado telas encoladas que desafían la gravedad. Son telas que han congelado su movimiento cuando estaban mojadas. No cubren ningún torso, no se ciñen a ningún cuerpo, nada tienen que ver con Fidias ni con Peonios y si con la desubicación, con la desorientación y la perdida del Norte magnético.

4. LA HIGIENE DEL AGUA

Repitió una vez más: qué bonita!, y Moro. Dicen que es sano llorar. Creo que no tanto como reír. Llorar puede ayudar a abrir la puerta a la posibilidad de reír . . Las lágri mas arrastran amarguras y, al final, clarifican la vista y la percepción de las cosas.

Una de las últimas exposiciones de Patricia Azcarate se llamó Pensamientos lavados. Ahí estaba flotando la idea de higiene, de romper con el pasado y con la rutina, de aprender una nueva lección.

En los baños de Marruecos le pareció fantástica la idea de desprenderse de las células muertas de la piel. Las esponjas levantan las escamas del tiempo y el agua las arrastra.

Las esponjas marinas, además de ser lo que científicamente son, pueden ser metáfora de cuantas cosas sean acordes con su apariencia o sus cualidades. Al ser pigmentadas con color, las esponjas recobran uno de los posibles aspectos que tení an en su vida submarina, al tiempo que devuelven a la nueva pintura de Patricia una mayor intensidad y riqueza cromáticas.

La esponja es nube, es flor y es persona. Como la nube, la esponja es amorfa, maleable y cambiante y, como la nube, guarda el agua dentro de sí o lo deja escapar.

Uno de los objetos rescatados por Patricia es un somier, desprovisto de todo excepto de su marco deformado por el efecto del fuego. La pintora ha pensado que sería un buen acomodo para las nubes y lo ha colgado a considerable altura. Al instante se ha convertido en la cama de las nubes. Cuando veo volar este artefacto por el estudio de Patricia, creo de nuevo en las alfombras mágicas, en las brujas buenas y en las nurses voladoras.

Kalymnos es una pequeña isla griega con un pueblo del mismo nombre. La historia de las esponjas esta rodeada de agua. Desde tiempo inmemorial, los habitantes de Kalymnos se han dedicado a la pesca de esponjas en las costas norteafricanas. Esta actividad tiene mucho de desafío, de riesgo, de tragedia y de orgullo. Del mismo modo que, en algunos pueblos o tribus, los antiguos guerreros extraían el corazón del enemigo vencido y lo comían para apoderarse de su fuerza, cuando he visto a Patricia Azcarate con una esponja chorreante de color magenta oscuro, me ha hecho recordar el ancestral rito. Parece como si ella, inconscientemente, en su convivir diario con las esponjas, se contagiara del valor y del orgullo de los pescadores de Kalymnos, al tiempo que también asume los riesgos que conlleva una vida poco convencional, llena de posibilidades y de riesgos y con todas las responsabilidades que se derivan de la libertad.